Al paso que vamos, no vamos a llegar nunca.
Parece que nuestro modelo de atención no busca a los pacientes. Los espera.
Colombia se ha comprometido con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los muy nombrados ODS. En el caso específico de la hepatitis C (incluido en el ODS 3), este compromiso se traduce en su eliminación para el 2030. Eliminación (no erradicación) significa una reducción en las nuevas infecciones del 90% y una reducción del 67% en las muertes atribuibles a la enfermedad.
Las razones para que el mundo entero se haya embarcado en esta iniciativa, tiene dos situaciones relativamente excepcionales:
La primera es que se trata de una enfermedad viral que produce una afección crónica, con complicaciones severas y muerte por cirrosis y cáncer hepático. Enfermedad que es además transmisible, lo que la convierte en una prioridad de salud pública.
La segunda es que disponemos hoy de tratamientos curativos, capaces de cortar la transmisión y hacer posible la eliminación de la hepatitis C, como un problema de salud pública.
Las estimaciones realizadas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Ministerio de Salud y organizaciones internacionales, apuntan a que en Colombia existen aproximadamente 325.600 pacientes infectados con el virus de la hepatitis C. Si bien es verdad que no todos ellos van a desarrollar una hepatitis crónica y -en consecuencia- no todos requerirían tratamiento, un alto porcentaje de ellos podrán transmitir el virus, por cualquier mecanismo de contacto con sangre contaminada, lo que incluye las relaciones sexuales. Esto significa que -desde una perspectiva preventiva- prácticamente todos debieran recibir tratamiento.
Pero, como es costoso, nuestro sistema de salud está mostrando una inaceptable pereza para buscar los casos, hacer diagnóstico y tratar a los pacientes. Las cifras no dejan duda; a este paso estamos muy lejos de la meta de eliminación.
Los datos más optimistas muestran que estamos tratando algo menos de 1000 pacientes nuevos por año. Asumiendo que solamente el 60% de los 325.600 pacientes requieran tratamiento, (casi 200.000), a este paso nos vamos a demorar 200 años. Esto si el número de personas infectadas no se incrementa, lo que -tratándose de una enfermedad transmisible- no es realista.
Mucho hemos dicho sobre lo que habría que hacer para reducir los precios de los tratamientos. Declarar los Antivirales de Acción Directa (AAD) de interés público permitiría al sistema de salud, adquirir tratamientos por un costo cercano a los COP $475.000 continuando con el mecanismo de compra centralizada a la OPS. Pero ya han pasado cuatro años y no hay decisión. Hoy el sistema paga algo más de COP $ 13’000.000 por cada uno.
La corporación Teméride realiza actividades de promoción del diagnóstico en la población vulnerable
Pero las observaciones más recientes sugieren que, aún en el régimen contributivo, en el que teóricamente cualquier paciente diagnosticado recibe tratamiento de ADRES sin costo alguno para la EPS o la IPS, el ritmo al que se diagnostican los pacientes es muy lento. Parece que nuestro modelo de atención no busca a los pacientes. Los espera.
En una enfermedad transmisible esa no es una postura inteligente, desde una lógica de salud pública. Con un compromiso de eliminación, hay que ir a buscar los casos allí donde ellos se encuentran. En las poblaciones vulnerables, invisibles y marginadas.
Análisis recientes en grupos de riesgo, especialmente en usuarios de drogas inyectables, muestran prevalencias de dos dígitos. Pero, no estamos hablando del tipo de pacientes que a la institucionalidad del sistema le gustan. Los que buscan las citas con insistencia, las cumplen, solicitan las autorizaciones y van a buscarlas y muestran adherencia al tratamiento. Conocimos un caso en el que un médico se negó a prescribir tratamiento a un paciente positivo para hepatitis C por ser usuario activo de drogas, argumentando que el tratamiento se reservaba para quienes suspendieran el uso de drogas.
Pereira y Dosquebradas (Risaralda) son las ciudades con mayor cantidad de Usuarios de Drogas Inyectables del país y con más altas prevalencias de hepatitis C. Pero a este paso, no vamos a llegar a ningún Pereira.